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Platicando con…

EntreTmas Revista Digital tiene en esta oportunidad el agrado de acercarlos al poeta, periodista social y artista plástico Patricio Emilio Torne.


Estoy convencido, la niñez y el paisaje han sido un alimento y un fermento que amalgamaron lo que, con el tiempo, sería el sostén de mi poesía. Nací y me crie en un pueblo del norte santafesino a orilla del río San Javier, frente a las islas que lo separan del inmenso Paraná. Allí, la pobreza del caserío se disimulaba con las radios a todo volumen escuchando chamamés y cumbias. Si bien en mi casa no hubo grandes necesidades, aprendí a convivir con ellas, y el sentido de solidaridad fue una premisa que marcaron a fuego mi conducta. El río, las islas, se convirtieron en el escenario ideal para saber que lo lúdico también es un modo de hacerles frente a las adversidades. Sin embargo, algo había en mí que, indudablemente, me haría ver como un pibe diferente. De todos mis hermanos (éramos muchos), yo era el único que se sentía atraído por la biblioteca que mi padre, docente, venía acrecentando, adquiriendo libros por correo, principalmente libros de historias, novelas y arte en general. Por otro lado, la radio y las revistas (dos herramientas que me resultaron particularmente importantes) hicieron que muy chico me vea atraído por otras cosas que iban mucho más allá del interés de los que me rodeaban en la escuela, los amigos, la familia, y así es que comencé a empaparme con temas que hacían a la contemporaneidad del mundo y así descubrí a los Beatles, los Rolling Stones, otras realidades que, aunque lejos, de algún modo, yo intentaba hacerlas próximas. Alguna vez lo dije de este modo:


“Los años 60 fueron para mí, la infancia plena y la entrada a la adolescencia. Todo de lo que podía enterarme por la radio, las revistas y diarios que se compraban en mi casa, más la incipiente televisión, tenían para mí una implicancia que inevitablemente me llevaba de asombro en asombro.


Si bien fueron los años 70 los que me permitieron tomar conciencia de los hechos, todo aquello que tenía que ver con la guerra fría, la URSS enfrentada por EEUU, la Revolución cubana y su influencia sobre el resto de América Latina; el hambre y las insurgencias en África; los asesinatos de Kennedy y Luther King; la aparición de los Black Phanter, Angela Davies y Malcolm X ; la guerra de Vietnam y el movimiento pacifista, llenándome la cabeza como algo natural, me ponía en estado de alerta y desasosiego que buscaba respuestas.


Mientras tanto disfrutaba del surgimiento del rock como música de masas con los Beatles y los Rolling en Inglaterra, más, de este lado del océano, Janis Joplin, Jimi Hendrix, los Doors, entre otros; la minifalda, las gafas inmensas, los tocadiscos y los happenings, junto a un clima de creatividad y fiesta eterna en lo artístico.


Yo quería palpar con mis propios sentidos todo eso que se vivía como una verdadera convulsión, pero Helvecia estaba lejos de todo y, quizá, por no haber estado directamente involucrado, salvo con el deseo, es que añoro esos años como los más inquietantes e intensos”.


Ya adolescente, gracias a ese espíritu solidario y una sensibilidad que desarrollé desde muy chico, vino mi interés por lo que ocurría políticamente en mi país y América Latina, y esa fue la puerta de entrada a una militancia que, como miles de jóvenes de esos años 70, se tradujo en un compromiso por querer cambiar el mundo, aun a costa de nuestra propia vida. Después vinieron la cárcel, la tortura, las pérdidas con las que nos ofrendó, a toda mi generación, el terrorismo de estado.


Desde el 75 al 82 fui preso político, y cuando salí en libertad, pensaba que una de mis pasiones, eso es la plástica, sería el modo por el que, además de trabajar, encaminaría mi vida. Sin embargo, el paso del tiempo siempre nos sorprende con cambios que desbaratan los anhelos y los proyectos. Fue así que, incentivado por otro expreso que era periodista, me trasladé a la ciudad de Córdoba y, casi sin querer, me vi involucrado en un movimiento cultural predemocrático y relacionándome con los escritores de ese movimiento. Podría decir que el año 1983 es el año en el que comencé a escribir poesía, ya que, si bien antes lo hacía como una cuestión muy personal, en ese momento comencé a mostrar lo que producía en pequeñas publicaciones, revistas o lecturas públicas. Córdoba y ese movimiento cultural y social reclamando democracia fueron parte responsable para terminar definiéndome como poeta.


Y aunque nunca abandoné mi pasión por la plástica (la que ejerzo de distintos modos), sin proponérmelo, quedó relegada a un “segundo plano”.


En el año 85, mi vida da un vuelco en todo sentido: me radico en Villa Mercedes, Pcia de San Luis, comienzo a trabajar en la UNSL (Universidad Nacional de San Luis), en la Secretaría de Extensión Universitaria, más precisamente en su área artística y, desde entonces, vengo dando talleres de escritura, lectura y dramaturgia, e hice las veces de gestor cultural hasta el 2022 en que me jubilé. Durante ese lapso, fui miembro fundador y director durante 14 años de una radio comunitaria y universitaria, “La Zona” FM; luego, al margen de la Universidad, “La Otra” FM, y desde el 2010 al 2022 fui responsable del Ciclo “Pretexto” donde poetas de todo el país y la región se daban cita para compartir sus textos-


En 1987 edito mi primer libro Órbita de Endriago y desde entonces he publicado 13 libros de poesía.


En la poesía me interesa explorar todo aquello que necesita de una vuelta de tuerca para resignificarse; lo que de tan próximo no podemos ver en su condición poética. Pero, ¡cuidado! No hablo de esa banalidad en la que han caído muchos poetas que creen ver poesía en cualquier situación, cualquier objeto, y se la pasan hablando de cómo abren la heladera, toman una cerveza y se sientan con el gato en el sillón, punto final. No, yo me refiero a esas cosas en las que, resuelta la interpelación a la que nos someten, descubrimos su lirismo; cosas que van de lo doméstico a lo social, del amor o el odio a los hechos políticos; lo aleatorio en el devenir de la vida.


La poesía, en mi caso, ni me salva, ni me reivindica, más bien me condena; sin embargo, me sirve como bálsamo de todo mal, y si en mí, que no soy nada extraordinario, funciona de ese modo, no descarto que haya otros seres a los que les ocurra lo mismo.




Poema



El arte de bordar


Joan Cleeford bordó los 30 manteles

que se usaron en el casamiento de su hija Nancy.

Blanco sobre blanco la textura encantaría a los invitados,

después, los mismos se usarían en la película

El Gran Gatsby de Jack Clayton en 1974.

Por estos días de diciembre del 2014,

la artista y diseñadora argentina Jazmín Berakha,

después de encontrar las telas que quería

en una tienda de Tokio y bordar durante todo un año,

presenta su muestra “Encantamientos”.

Dice ella que más allá del encantamiento instantáneo

con el material, lo que fascina es la entrega

de trabajar con el bordado, una técnica poco inmediata

que requiere de muchísimas horas diarias

para poder generar una sola forma.


Mi mamá se creó trabajando para las familias inglesas

que tenían la administración de la Forestal

en el chaco santafesino, allí conoció los preciosos manteles

de hilos bordados con los que se cubrían las mesas

donde comían sus patrones.

Ella misma aprendió a bordar y las grandes bolsas

de azúcar que trasladaban en los trenes de la forestal

eran los manteles de mi casa.

Dos bolsas unidas bastaban para la mesa grande.

Sobre su madera, por dos veces

podía leerse en letras azules:

ZUGAR - The Forestal Land, Timber

anda Railways Company Limited- 

y a su alrededor, flores de intensas tonalidades,

o una extraña fauna que nos miraba y se dejaba mirar

sin que sepamos nunca de donde aparecían

esas cebras lilas y naranjas, o las jirafas de cuello corto

y manchas azules sobre fondo rojo,

para que los dedos y los hilos de colores de mi madre

los copiaran como quien dice voy a dibujar

las vacas o las gallinas del corral.

Uno comía, sin saber en aquellos años,

que ya tenía para sí, la idea de lo exótico,

ya éramos hijos del encantamiento.


Cuando la oración, a la luz del sol de noche,

mamá embellecía aquellas arpilleras blancas

que los ingleses desechaban, mientras mis hermanos

hacían la tarea bajo la tierna vigilancia de esa mujer bruta.

Sin saber -no podía saberlo-,

ella ponía ante nosotros, más que un arte,

la dignidad con la que nos iría educando.


De Frenesí (La Gran Nilson, Bs.As. 2017)

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