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Platicando con...

Actualizado: 24 nov 2023

EntreTmas Revista Digital tiene en esta oportunidad el agrado de acercarlos al poeta y narrador salvadoreño Ario E. Salazar.


Algunos dirán que soy un buen hijo de Chalchuapa, porque desde que nací, con el granito de maíz que soy, restaño sus jades y sus gentes. Otros dirán que quizá hablamos de un muchacho aventurero, que ya se aventó -como si nada- medio siglo en la página por escribir que a diario nos depara la vida; quizá hay quien diga que soy alguien muy, pero requeté testarudo, uno que lleva por corazón la callosa flor de la esperanza, sin hacer alarde de ello. En mi parecer, si se dice mucho del sujeto es porque, vaya, da tela más de lo suficiente para cortar. Por mi parte, yo digo que soy nada más y nada menos que un niño juguetón y agradecido que se la tiene jurada a la pereza, a la frialdad y a la injusticia, ya que he dedicado varios de mis días a luchar, desde los campos de la docencia, la estética y la investigación para atajarles el paso a la desesperanza, a la brutalidad y al egoísmo. Hablo, por supuesto, de mi propio destino; del trabajo al interior de uno mismo, en esas zonas de la conciencia en llamas. Y de ribete, he garabateado mucho sobre la piel de este Ario Salazar y, más de algún rastro luminoso de lo que late por debajo del universo, he creído percibir en nimiedades que no son del paladar común. Lo bueno es que no me la creo tanto, por eso he sido de poco publicar esos enredos verbales que me vienen impulsando por más de un cuarto de siglo ya, de broma en broma. Siguiendo la sentencia de Alfonso Reyes, refrendo eso de que se publica para no pasarnos la vida corrigiendo borradores. Pero, por sobre todas las cosas, este niño que soy cree que es un buen hijo, un corajudo hermano mayor, un amigo intenso y fiel, un enamorado compañero de vida de una mujer única, pero a la larga de carne y huesos, y un aprendiz de padre que descubre con sus niños el gozo y la ataraxia impostergables de vivir y soñar.  

 

 

Desde mis años de bachiller (hace ya varios milenios), me interesé por la música (la trova en especial, por ser anatema o tabú en aquel El Salvador de los años 80’s y 90’s), la poesía, el teatro, el arte narrativo (cuento, novela corta) y, por supuesto, el periodismo y el ensayo. Así que siempre he deambulado en esas disciplinas. Tengo muchísimo aprecio por la danza, pero no es un arte para el que me haya formado, así es que ahí solo me queda apreciar el ingenio y la creatividad de otros, igual como me pasa con el cine y la ópera. Es muy extraño: los siento y disfruto intensamente, pero su concepción y ejecución están muy, pero muy lejos de mí. Creo que la época más intensa de mi formación artística se dio después de haber emigrado de Centroamérica a los EEUU. Por todas esas vueltas que da la vida, terminé radicándome en Washington DC, que en aquella intensa década de los 90’s era un centro cultural hispano que irradiaba mucha energía en todas estas disciplinas, y fue ahí donde me formé, más que nada, en el teatro, con el Maestro Mario Marcel, director artístico del Teatro de la Luna, que ha sido escuela de generaciones de actores, actrices, directores, poetas, de utileros, sonidistas, etc. Todo un sistema solar que rota alrededor del campo gravitacional del texto como dínamo y brújula de lo que pasa al fin, después de largas noches de ensayos, sobre las tablas frente a un público que, como decía Borges, por un tiempo determinado suspende la realidad y se entrega al juego de creer lo que están descubriendo en la voz y las acciones del elenco. Un intenso viaje. Fue también en esa década cuando publiqué mi primer poemario, Ariodicciones, bajo el sello de la editorial Horizonte 21, de la Academia Iberoamericana de Poesía, donde conocí a Luis Alberto Ambroggio y a Rei Berroa, entrañables compañeros en este sendero de la poesía. En esa época conocí y platiqué mucho con el maestro Roberto Sosa, de Honduras. Recuerdo que por esos años se empezó a hacer el mes nacional de la poesía en todos los Estados Unidos, y yo fui uno de los primeros promotores de ese evento que se sigue dando cada año y desde 1996, en el mes de abril. Organiza The Academy of American Poets (la Academia de Poetas Americanos) en conjunción con la Biblioteca del Congreso. Yo he aprovechado la plataforma para traducir y compartir poesía de poetas salvadoreños de pasadas generaciones y, en la medida en que puedo colaborar con los jóvenes poetas de mi país, trato de difundir sus textos. También, en las dos ocasiones en las que he tenido el privilegio de ser parte del programa de la Biblioteca del Congreso, no pude dejar de hablar de nuestros grandes referentes: Roque Dalton y Claribel Alegría. A Claribel la conocí en Washington DC, en un congreso de LASA (Latin American Studies Association), en la década de los 90’s. Y pues, en resumidas cuentas, mi vida interna (como diría Kafka) es muy intensa y en la medida en la que puedo, cuando se abre una puerta para difundir nuestra poesía y literatura, con amor y respeto, lo hago. Estoy convencido de que necesitamos más puentes entre la diáspora y las voces (las sazonas y las nuevas) que nos hablan de El Salvador de hoy. También pienso que una parte importante de lo que constituye la verdadera lectura de la realidad salvadoreña, en cada tramo de su historia moderna, no deja de pasar por el filtro de su literatura, que no es otra cosa que historia estilizada. Lo poquito que yo he añadido a esa forma de coagular registros lo he hecho desde la poesía, la traducción literaria, el ensayo, artículos, cuentos y, algún día, espero, con alguna novela corta.

 

 

Por mucho tiempo me he dedicado a ir contracorriente, publicando únicamente en español, en los EEUU, desde que empecé a asumir esta realidad como mía, pero con un lente centroamericano, he venido haciendo ciertos grabados en inglés, y bueno, creo que ya tengo suficiente material para dar a la imprenta un poemario en inglés. Ya veremos. Luego, la prosa la he dispersado en cada dirección que ya llegó la hora de reunirla (cuento, ensayo, artículos, novela corta), y luego está el proyecto de ir seleccionando lo que mi amigo Rei Berroa llama una antojología, es decir, esa selección personal de textos que (llegada cierta edad) uno siente que justifican la experiencia o el momento que les dio vida, volumen y aliento. También me gustaría hacer un ómnibus de la poesía salvadoreña joven en la que yo aportaría mis traducciones e introducción a la selección de poetas y de textos; eso, por ahora, digamos que es algo así como una utopía, ya que ese tipo de proyectos requieren de mucho cuidado y tiempo.

 

 

Poema

 


EL NIÑO DE LA MAR

 

Hacía milenios que nos buscábamos.

De pronto encontramos un desvío

una hebilla de luz entre las piedras

entre los acantilados de Sutro Heights Park. 

 

El viento de agosto mecía gaviotas

jugueteaba el azar con el alma y las olas

en el lugar donde tus ojos

hicieron que brotara el niño

la criatura que más tarde dejarías expósita

deambulando en esa misma playa

a la hora del ocaso.

 

Por entre los pinos

sobre los angostos y borrosos senderos

los turistas se sorprenden todavía

al tocar las huellas luminosas

de ese pequeño errante

de ese pequeño guardabosques

que una vez diste a luz con tu mirada

y que hace siglos fue adoptado por la mar.




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