CRÓNICA DE UNA MALOGRADA ENTREVISTA QUE DECANTÓ EN UN REGISTRO AUDIOVISUAL SIN SERLO
(A propósito de “Una aproximación estética a los trazos de Renacho Melgar”).
“Todos los sitios en cada barra, capilla y parque,
los ocupan hombres y mujeres pequeños como jockeys, vestidos como jockeys.
Son jockeys…”.
A. Trejos
Días atrás, desperezando una mañana fresca y silenciosa, el Smartphone, inconvenientemente dejado sobre la mesita de noche, enloquece. Fue una secuencia luminiscente de compulsiones verdosas y parpadeantes interrumpiendo, de forma grosera, mi sagrado ritual de boqueadas y estiramientos. Suena, suena, titila y resuena, obligándome al desconecte, interfiriendo con mi zángano placer matinal de domingo. Atiendo. Del otro lado de la línea, una voz trasnochada y algo pastosa pronuncia mi nombre para continuar con un “Soy Renacho”. Rebobino los recuerdos en mi cabeza, intentando por algunos segundos dar contexto a este evento inesperado. Visualizo la 3a Calle Poniente y recupero con absoluta claridad el día en que el poeta salvadoreño Manuel Barrera me invitó a visitar la casa del artista.
–Hola, Renacho –dije, aún algo sorprendido. –¿A qué se debe esta sorpresa? Tiempo sin verte, sin saber de tus travesuras. La última vez que nos vimos fue en el cuartito de la Dalia, cuyas ventanas dan a la Plaza Libertad. Si mal no recuerdo, a propósito de la inauguración de “Metasta-Sivar”.
Hice una pausa. Escuché e identifiqué el sonido que produce la fricción y el movimiento circular de una cucharilla rozando el interior esmaltado de una taza, que imaginé de café. Me antojé. Mientras me dirigía a la cocina para prepararme un tinto en mi vieja macchinetta, Renacho Melgar fue al grano. Me solicitó una reunión para proponer una colaboración a propósito de su cercana visita a Costa Rica, país donde muy pronto presentará la colección de dibujos Crónica gráfica de hospitales. Además, según me dijo, participará en un conversatorio relacionado con esta propuesta en particular.
La macchinetta canta su vaporosa tonada. Mi cuerpo se preparó para recibir la dosis diaria de esta estimulante pócima psicoactiva.
–¿Te parece el lunes en “Luz Negra”? –me preguntó el delineante.
Mientras tostaba cuatro regordetes y fríos bollitos de pan francés, le respondí a lo salvadoreño con un “VA”, sin enterarme aún bien de qué se trataba la propuesta. Renacho me agradeció y cortó la llamada. Escuché una especie de “clic” y me dije en voz alta: álea jacta est, y volví a posar mis ojos ilusionados en el cacharro para Moka. Mientras rellenaba mi taza, recordé una vieja canción de “Hebra” que sonaba: Se pone al sol / se muele después / un poco para afuera / un poco pá beber / ¿quiere usted una taza de café? / pues vaya usted a recoger café. Mientras simultáneamente traducía en mi cabeza, “La suerte está echada”.
La reunión / la propuesta
Eran las tres de la tarde de un lunes de septiembre. La ruta 35 me dejó en el viejo Cine Apolo. Me detuve brevemente a comprar cigarrillos en un carretón ambulante que estaba ofreciendo sus productos a un costado de la Biblioteca Nacional, prendí un pitillo a contraviento y retomé el camino en paralelo a la Plaza Gerardo Barrios.
Al llegar al lugar pactado, miré a través de la cristalera ahumada de la cafetería para localizar al pintor. Al fondo, sentado en la barra de la planta baja, alguien movió sus manos para llamarme. Identifiqué a mi anfitrión y me apresuré a entrar en el establecimiento. De cuando en cuando, se arroja una cuerda extremada por un anzuelo coronado, por una larva epiléptica, pero, por alguna razón, el intento premeditado fracasa y se termina atrapando un ángel insospechado. De cuando en cuando, uno se dice: Sería bueno una pausa en la Taberna Lafayette o en la Nueva Lyra y termina uno doblando una esquina en la calle Broome y desapareciendo “forever” en avenida Broadway. El dibujante disfrutaba de un café y algún bocadillo. A mí, ya me esperaba una desproporcionada copa de un vidrio barato –pero elegante– llevada hasta el borde de cerveza negra. Si de la víspera se saca el día, dice el viejo refrán. Me estremecí.
Renacho apresuró un sorbo de café mientras señalaba con el índice de su mano izquierda hacia una pared de la planta alta. Atendí la invitación e hice un paneo apresurado. Al fondo se despliega un colorido mural de respetable dimensión. Afiné la mirada. Dejé que los iris calibraran la luz para que los cristalinos junto con las córneas hicieran su trabajo y posibilitaran el enfoque. Con alguna dificultad, logré distinguir que se trataba de un ejercicio temático sobre escritores, pintores, escultores salvadoreños, y sus personajes, un vamos a decir, homenaje a hombres y mujeres de cinceles, letras y pinceles. La distancia no me permitió precisar la mayoría de los detalles que se proponen en lo que calculé son unos 14 metros de pared. Sin embargo, pude reconocer los rostros que componían una de las escenas del cuadro. Distinguí sin dificultad al “Pichón” Cea, digna y apropiadamente representado con un cuerpo de palomo de castilla. Un detalle pequeño, pero central y muy vistoso, que recoge con extremada fidelidad el carácter altivo, soberbio y algo señorial de este personaje. Además, noté que, en la escena, el “Pichón” desatiende, lo que podemos caracterizar como un acto delictivo en curso que acontece tras su espalda emplumada. Una mano larga intenta robarle una cerveza al poeta Roque Dalton que comparte mesa con un historiante. El perpetrador de tal fechoría no es otro que el escritor de novela negra Menjívar Ochoa. Sobre la cabeza de Menjívar se levanta una columna de libros y sobre la cabeza del danzante de “moros y cristianos” se yergue el monumento del “Salvador del Mundo”. La escena planteada me remitió al arsenal semiótico y simbólico propuesto por el autor con solo estos detalles. Imaginé que el resto de las situaciones tejidas en el cuadro exploran dicotomías de la cultura salvadoreña, contradicciones tratadas desde un leguaje gráfico, audaz, provocador y picaresco.
El artista se mostró un tanto impaciente. La señorita del otro lado de la barra le acercó la factura. Renacho canceló y salimos de “Luz Negra”. Ya en el boulevard, casi de forma automática nos enrumbamos hacia La Dalia. Él me explicó que el precio de la cerveza es más cómodo en aquel lugar y mientras caminábamos me contó los pormenores de su propuesta. Me dice que entre el 25 y 27 de septiembre será exhibida su colección de dibujos Crónica gráfica de hospitales y me preguntó si podía ayudarle a contactar con viejos amigos de la movida cultural tica. Yo de inmediato le advertí que teníamos el tiempo en contra, pero que podíamos hacer el esfuerzo de programar algunos encuentros e intentar una entrevista rápida para circularla en algunas revistas electrónicas dándole cobertura al evento. Antes de acabar la primera cerveza, pareció que el asunto estaba zanjado. El resto de la noche la consumimos platicando sobre amigos en común. Ahí salieron a la luz nombres como el del pintor “El triste” Badilla, “La Chorcha” Valverde, que en aquel tiempo era estudiante de antropología y fotógrafo, y Jefery López del grupo Ditsö. Todos miembros del Colectivo Voz Urbana. También recordamos los potentes trazos del pintor Marcos “Chía” y el triunfo del cerdo.
La noche se hizo larga y la cerveza hizo lo suyo. Nos despedimos sin tocar de nuevo el tema que nos convocaba. Al día siguiente un tin, tin, tin, tin en el whatsapp llamó mi atención. Al chequearlo encontré un breve mensaje del pintor: “Puta, mi hermano, somos unos despistados. Ayer hablé con una amiga de Costa Rica sobre nuestro encuentro de anoche y resulta que me dice que ya nosotros nos conocíamos hace 20 años atrás”, y adjuntó 6 fotografías. En efecto, ahí estoy yo junto al querido “Antena Chocha”, Oscar Barrantes y la Yamileth, su compañera de ese momento. Las fotografías en cuestión, donde también está Renacho, son la evidencia irrefutable de que ambos habíamos olvidado ese encuentro. Hice memoria y recordé que, efectivamente, hace bastantes años atrás fui invitado por las compañeras de la organización “VECINOS” a una fiesta navideña, y a la celebración del cumpleaños de una de las integrantes de este colectivo que se dedicaba a la educación popular. Sonreí y por unos instantes me trasporté a aquel momento. Luego medité sobre el olvido y la memoria. De inmediato llamé al pintor y le propuse que definiéramos una fecha para hacer la entrevista. El día y la hora quedaron fijadas. Yo, aún incrédulo, volví a las fotografías.
Exordio / In god we trust
La fecha acordada para el segundo encuentro apuntaba dos días hacia adelante, lo cual me obligó a hacer un recuento expeditivo de los trazos del pintor. Inicié una búsqueda algo atolondrada de algunos de los trabajos más representativos de Melgar y me centré en disfrutar de una muestra de 14 o 15 dibujos de la colección Crónica gráfica de hospitales que el mismo Renacho, días atrás, me remitió. Desplegué al azar con entusiasmo una de las imágenes en pdf. La primera viñeta que saltó en mi monitor mostraba un gato, un elefante, un buda, un pez brindador, un lagarto, una alegoría de Artemisa, dos historiantes, un monje tibetano y un enfermero; conjunto de personajes que se agolpan a los pies de una cama de hospital. Al centro de la imagen destaca un Jesús, «el Cristo», rotulado en el pecho con la expresión En Dios confiamos. Esta imagen en particular, al igual que todas las demás, han sido trabajadas en trazos limpios, casi que podríamos decir que el autor busca emular la precisión quirúrgica de un bisturí. También noté que el autor propone algunos trazos más suaves e inacabados que otros, recursos que el dibujante, intuyo, utiliza para acentuar y destacar elementos de su interés. Las líneas minuciosamente van llenando la superficie del papel, dejando que la propuesta gráfica flote sobre los desenfadados espacios en blanco, trasportando al observador a un ambiente aséptico y frío que caracteriza las salas de los hospitales. Pero más que recursos técnicos empleados por el autor, lo que atrapa al observador es la sutil violencia de las escenas planteadas en esta especie de crónica gráfica. Si la pretensión del autor consiste en proponer un diálogo con el espectador, sin duda alguna, lo logra a cabalidad en estos 35 dibujos trabajados en tinta china y que conforman la colección completa. Son un gimo potente y certero que alertan y ponen en perspectiva las condiciones que atraviesan los pacientes y trabajadores en el sistema de salud público. Elementos que sin duda alguna activan casi de inmediato la red neuronal en el córtex prefrontal, estimulando las células de memoria que, para cualquier individuo que haya experimentado un internamiento, – aquí, allá – sería impactado por los recuerdos.
Camino a Santanita: del homo Faber, al homo ludens
La cita fue fijada dos días atrás. Salí de casa. La dirección dada por Renacho involucra encontrar el viejo cine Iberia. Ahora convertido, según me informan, en bodega que aún conserva en su frontispicio un antiguo rótulo, moldeado en cemento armado, con el nombre de la vieja sala de proyección.
Camino al barrio Santa Anita, fraguo en mi cabeza cómo plantear la entrevista. Por alguna razón pienso en V. Flusser, seguramente porque el enfrentarme al modus operandi y los trazos propuestos por Renacho me han llevado a viejas reflexiones distópicas en donde la materialidad pierde terreno en función de lo intangible, donde lo humano abandona el interés por la “cosa” en función de las “no cosas”, en donde lo líquido, parafraseando a Chul Han, se normaliza proponiendo un mundo sin pausas. El trabajo plástico de Renacho no es un arte complaciente, más bien corresponde a una postura trasgresora, rompedora, cuestionadora de los particulares dinamismos sociales de su entorno inmediato y que, además, obliga, o al menos propone, la recordación. Hay fricción en sus propuestas porque su lenguaje produce dolor, no es un discurso fácil de transitar, requiere de trabajo su lectura; por tanto, se aparta conscientemente de las “estéticas” suaves, líquidas, reducidas y afinadas al punto del “glass” de los smartphones donde la relación objeto-sujeto no implica resistencia alguna y la variable de la determinación histórica ha sido sustraída de la ecuación. El arte de Renacho, al parecer, no es apto para un mundo poblado por los Phono-sapiens, donde el actuar ha sido sustituido por el jugar, en un mundo donde la cultura está al servicio de la mercancía. En Renacho, en el arte de Renacho, el espectador debe tomarse el tiempo para observar y procesar –en un hoy, donde lo que prima es el “instante”, la mirada rápida y fútil, donde la cultura ha sido convertida en mercancía- y no viabiliza la “experiencia”, la absorción y la posibilidad de la memoria. El trabajo conceptual de Melgar se sustenta en lo afectivo. Requiere, por tanto, una disposición anímica previa para la generación de sus obras. Sin esta disposición lo resultante sería un conjunto de trazos inconexos y vacíos. Lo afectivo es esencial al pensamiento humano, sin lo anímico no hay pensamiento.
Mientras caminaba, me perdí en estas divagaciones. Volví a la tierra en las cercanías del Mercado Modelo. Pronto apareció el delineante. Subí a un taxi y nos dirigimos hacia un bar tranquilo donde podíamos comer algo e iniciar la entrevista. Bromeábamos un poco para romper el hielo. Estaba listo para disparar la primera pregunta, pero fuimos interrumpidos por un comensal interesado en nuestra plática. Renacho con gentileza atiende las inquietudes del polizonte y el polizonte ahora es parte de nuestra mesa. El barco se hunde o al menos naufraga.
Dos horas más tarde, nuestro nuevo amigo abordo no dio señales de querer desembarcar y la entrevista quedó en el horizonte. Por suerte, de la nada, apareció Extor Guillermo Núñez que es amigo de Melgar. El polizonte ahora se siente incómodo y pronto se despide. El tiempo transcurrió y la entrevista no pintaba bien. Extor, que resultó ser antropólogo, se ausentó para buscar unos cigarrillos, al igual que Renacho para cambiarle el agua al pajarito. Yo instalé la cámara de vídeo y al regresar los dos, apunté en corto con el lente de 55 mm hacia el científico social y disparo la primera pregunta.
El resultado de esta tarde de cerveza, tabaco y parloteos no era lo previsto, pero generó un material prometedor para sondear algunos aspectos del quehacer de Melgar. La noche nos alcanzó. En la memoria de la canon tengo material registrado de este atropellado encuentro. Antes de despedirme, le advertí a Renacho que nuevamente no hemos logrado el cometido, que tocaba improvisar una reunión virtual para al menos redondear algunas ideas y tratar de estructurar algo parecido a una entrevista.
4czbxQ Zoom (Sunday, September 17, 3:30)
Dos días después del último encuentro en el establecimiento que está frente al viejo cine Iberia, conecto por video-conferencia con Renacho para intentar por tercera vez entrevistarlo. Es una tarde tranquila. Estoy solo en casa, mis gatos duermen, tengo una taza de café fresco y humeante y Melgar está tranquilo y anuente. Antes de lanzar la primera pregunta le comparto a mi interlocutor un fragmento de un poema de John Donne. Mi intención es ingenuamente sondear las posibles razones psicoemocionales que se derivaron en la colección “hospitales”.
…Eres esclava del destino, del azar, de los reyes y de los desesperados,
y moras con el veneno, la guerra y la enfermedad;
y la amapola o los hechizos pueden adormecernos tan bien
como tu golpe y mejor aún. ¿Por qué te muestras tan engreída, entonces?
Después de un breve sueño, despertaremos eternamente
y la Muerte ya no existirá. ¡Muerte, tú morirás!...
Yo le pregunto sobre la Muerte, él me responde sobre el miedo y el olvido. De ahí en adelante, la plática fue apacible, sosegada y profunda. Nunca logramos estructurar una entrevista, queda, eso sí, un modesto registro audiovisual que titulamos “CRÓNICAS URBANAS: Una aproximación estética a los trazos de Renacho Melgar”, el cual compartimos con ustedes. Las cosas se dan como se dan.
De cuando en cuando, arrojamos una cuerda extremada por un anzuelo coronado, por una larva epiléptica, pero, por alguna razón, el intento premeditado fracasa y se termina atrapando un insospechado ángel.
Melvyn Aguilar
Desde el zoo, San Salvador, El Salvador
23/92023
CRÓNICAS URBANAS: Este documento audiovisual intenta un acercamiento al trabajo conceptual del artista plástico Renacho Melgar. En lo fundamental pretende capturar algunas de las claves desde las que se sustenta el lenguaje gráfico y la propuesta estética del creador salvadoreño. La entrevista y la producción audiovisual de esta breve e improvisada conversación estuvo cargo del escritor y poeta costarricense Melvyn Aguilar. El Ejercicio de esta realización es una colaboración entre la revista de literatura El PEZ SOLUBLE y la revista Digital EntreTmas.
Una muestra de algunas de las piezas que conforman la colección Crónica gráfica de hospitales
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